Pasando por la puerta de una discoteca, en Eduardo Bosca, un coche sale y toca el claxón para despedirse de alguien, da la vuelta y vuelve a tocar el claxón despidiéndose de nuevo del mismo tipo. Hay que remarcar la amistad profunda, marcada por la sangre que gotea de la nariz después de esnifar unas cuantas rayas. Hermano de sangre y hermano de rayas son sinónimos.
El frío en las manos hace que no vaya más rápido, salen los primeros rayos de sol, pero no son suficientes para calentar. Lo dicho, hay poco tráfico, pero da más miedo.
En Blasco Ibáñez tomo el carril bici. Paso frente a las discotecas que están a la altura de la Plaza Honduras. Junto a un coche, en la calzada, un grupo de chicos ríen la gracia de una chica cuyo sentido del humor y simpatía residen en unas tetas operadas y un culo rayano en la perfección. De una pizzeria salen dos chicos. Uno come con fruición un trozo triangular de pizza, el otro fuma monótonamente. Otro cigarro más esa noche, la monotonía de fumar.
Me desvio y dejo Blasco Ibáñez. Decido parar en el Camino del Cabañal, junto al cementerio. Allí hago dos fotos.